Clint Eastwood, Amy Adams, Justin Timberlake, John Goodman, Matthew Lillard, Robert Patrick, Ed Lauter, Chelcie Ross, Bob Gunton, Scott Eastwood, Ricky Muse
Golpe de efecto Un descubridor de talentos especializado en béisbol (interpretado por Clint Eastwood, ‘Gran Torino’ y ‘J. Edgar’), a pesar de contar con una edad avanzada, ve cómo su vida se desmorona cuando descubre que padece una enfermedad de la vista que le condenará irremediablemente a perderla por completo. Antes de que esto ocurra, decidirá realizar un último viaje, que será al mismo tiempo de trabajo (la búsqueda de un prometedor jugador llamado a convertirse en una estrella) y de encuentro consigo mismo y con la gente que le rodea. Su hija (Amy Adams, ‘Julie y Julia’ y ‘Tenías que ser tú’) lo acompañará en este trayecto hacía Atlanta que se convertirá en una iluminadora experiencia para el retirado experto deportivo. El objetivo de este desplazamiento es tantear las posibilidades de éxito de un nuevo y joven talento de béisbol localizado en un equipo de la región estadounidense, para poder acertar en su decisión y descubrir las cualidades del nuevo ídolo del juego necesitará que su hija se convierta en propios sus ojos. Una intensa y emocionante historia dirigida por Robert Lorenz sobre el mundo del deporte que supone el inicio de su trayectoria como director cinematográfico y el regreso a la interpretación del aclamado artista americano Clint Eastwood.
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Mi critica, La tentación de ver ‘Golpe de efecto’ como una especie de respuesta analógica a ‘Moneyball’ (Bennett Miller, 2011) es persistente. El debut en la dirección de Robert Lorenz, habitual productor y asistente de dirección de Clint Eastwood, realiza cierta declaración de principios al tener como protagonista a un cazatalentos de jugadores de béisbol que todavía se rige por técnicas ‘de la vieja escuela’. Es decir, el típico dinosaurio de la profesión al que Billy Beane y Peter Brand se habrían merendado con sus porcentajes y algoritmos informáticos en la película de Miller. Sin embargo, más allá de arquetipos sobre la aceptación de un legado y la búsqueda de un sitio digno para el pasado en nuestro tiempo, lo principal aquí es que se trata de un papel confeccionado a la medida de Eastwood, cuyo amigo y viejo colaborador ha conseguido que vuelva a actuar después de ‘Gran Torino’ (Clint Eastwood, 2008) y bajo batuta ajena por primera vez en 19 años, los que han pasado desde ‘En la línea de fuego’ (Wolfgang Petersen, 1993). Las apariciones en pantalla del actor a sus 82 años son el principal valor —uno que remite al cine como registro de un rostro mítico horadado por el tiempo— de, por lo demás, una feel-good movie que no hace muchos aspavientos ni deja de estar del lado de sus actores. Eastwood no es la única presencia poderosa, pues también están ahí el siempre reconfortante John Goodman o la enérgica Amy Adams, demostrando por enésima vez que es una de las actrices con más talento de su generación. Y haciéndolo como las grandes de verdad, brillando muy por encima de un papel de clase media —la hija de Eastwood, absorbida por su trabajo y erguida sobre un infierno emocional fruto de la difícil relación con su padre tras la temprana muerte de la figura materna—. Sus marcadas (y atractivas) ojeras encierran una de las mayores fuentes de expresividad del Hollywood actual. Es en las interpretaciones de Adams, Eastwood —aunque en algunos momentos de autoparodia llegue a confundirse con la famosa imitación de Bill Hader en ‘Saturday Night Live’— y un esforzado Justin Timberlake donde un film como ‘Golpe de efecto’ busca encontrar la fuerza, pues el resto es pura fórmula de reconciliación familiar y autodescubrimiento en los demás. Sin embargo, hay momentos en los que la película decide pegar un pequeño rodeo y desviarse del camino recto, contadas escenas en las que podemos convivir con los personajes durante su pequeño road trip por Carolina del Norte detrás de una de las grandes promesas de la liga juvenil. Porque, aunque la práctica efectiva del béisbol tiene más presencia en pantalla que en ‘Moneyball’, aquí el deporte tampoco sobrepasa la condición de aderezo argumental y traba para vender la película en el mercado internacional. Cuando Lorenz es consciente de eso y, sin renunciar a la inútil redención de la narrativa clásica que intenta mirando a su maestro, abandona la recta y deja que las escenas respiren y los personajes tengan tiempo para buscar un terreno común desde el que mirarse (o escucharse), se vuelve a demostrar que lo más gratificante del cine comercial actual está en sus líneas curvas. El problema es que casi nunca se usan.