La reunión del diablo La reunión del diabloMaría Rossi (Suzan Crowley, ‘Born on Fire’) llamó en el año 1989 a las autoridades para confesar que había acabado con la vida de tres personas con sus propias manos. Dos décadas después, Isabel (Fernanda Andrade), su propia hija, comienza a investigar sobre los sucesos que ocurrieron aquel fatídico día, para lo que se desplaza a un hospital psiquiátrico en el que está internada su madre en Italia. En ese lugar tratan de averiguar si su problema es realmente una posesión infernal o se trata sólo de una enfermedad mental. La muchacha decidirá entonces solicitar la ayuda de dos sacerdotes especialistas en exorcismos (Simon Quarterman y Evan Helmuth), que tratarán de sanar a su progenitora mediante métodos poco ortodoxos, que se valen de la ciencia y las creencias. Pero se enfrentan a un poderoso enemigo, el mal en su estado más primigenio, todo ello dentro del cuerpo de María.
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Mi critica, Dada la tendencia actual en la industria cinematográfica del ‘crossover’ como premisa narrativa, lógico que a algún mandamás de Hollywood se le ocurriera por fin sumar ‘El exorcista’ y ‘El proyecto de la bruja de Blair’ o ‘Paranormal Activity’, por citar un ejemplo actual de ‘found footage’ en el género de terror. La idea no es ni más buena ni más mala que otras previas que juntaban en pantalla a Predator y Alien, o ya en la cultura popular a Brangelina o el reciente Merkozy. La idea, por manida, es simplemente perezosa. Más allá del poco ingenio del punto de partida, el filme de William Brent Bell no consigue convencer precisamente por su estrategia narrativa. El archivo encontrado y la cámara subjetiva sin duda son recursos que proporcionan mucho impacto y verosimilitud al relato, pero aquí sucede todo lo contrario: lo inverosímil campa a sus anchas por la película del mismo modo que los protagonistas entran y salen del Vaticano cámara en mano sin problema alguno o graban exorcismos como quien rueda una función escolar. Brent Well condiciona la narración a su puesta en escena sin haber reflexionado antes –probablemente tampoco después- que ambos elementos son suma y no que uno ha de quedar subyugado al otro sólo por la búsqueda del efecto y el salto de la silla. Una película tramposa, en todo su sentido, aunque por fortuna, nos evita ver a Anthony Hopkins poseído por el demonio. Eso sí que fue un pecado mortal.