Millennium: Los hombres que no amaban a las mujeres Remake norteamericano de la película sueca ‘Los hombres que no amaban a las mujeres’, inspirada en la primera novela de la trilogía del escritor sueco Stieg Larsson, que se convirtió en un best-seller mundial. En ella Mikael Blomkvist es sentenciado por difamar a un importante empresario a través de su revista de actualidad política y económica, ‘Millennium’, que dirige junto a su compañera Erika Verger. Aprovechando la situación, Henrik Vanger, ex-director de la Corporación Vanger, le propone un trato: escribir un libro sobre su imperio y su extensa familia y, a la vez, investigar la desaparición en 1966 de la sobrina de Vanger, Harriet, que ha sido dada por muerta. Blomkvist accede y contará con la ayuda de una afamada hacker, de pasado oscuro, modales ariscos y atuendo gótico, que busca trazar por su cuenta su propia venganza, Lisbeth Salander. Juntos descubrirán que nada es lo que parece en la aparentemente distinguida familia de Vanger y que todavía se encuentran presentes los fantasmas de la vieja Europa como un estigma que corroe desde las propias entrañas.
Millennium: Los hombres que no amaban a las mujeres Critica
Tírenme piedras: me interesa poco, muy poco, la triada de novelas escritas por el desaparecido novelista sueco Stieg Larsson. O, mejor dicho, lo que me interesa de sus alambicadas ficciones detectivescas –yo no lo llamaría novela negra- no tiene nada que ver con el relato en sí mismo, sino en los demonios que habitan en su interior y que sí han servido para redefinir la imagen de la Suecia moderna (que los suecos eran unos sádicos chiflados ya nos lo había contado, repetidas veces, Ingmar Bergman): el demoledor retrato de la violencia de género, lo desalmado de sus corporaciones industriales, los esqueletos del nazismo, etcétera. En otras palabras: las buenas ideas de Larsson no eran del todo malbaratadas por su afectada escritura. De ahí el poco interés que me suscitaron en su día tanto la mini serie televisiva ‘Millennium’, como la trilogía de películas dirigidas por Niels Arden Oplev y Daniel Alfredson y protagonizadas por Noomi Rapace y Michael Nyqvist. Y de ahí, también, mi escepticismo hacia esta nueva película comandada por el mejor hacedor de thrillers de del Siglo XXI: el norteamericano David Fincher.Y ese es, al mismo tiempo, el problema y la solución de esta ‘Millennium’ que, se encuentra más cerca de ‘The game’ (1997) y de ‘La habitación del pánico’ (2002) que de ‘Zodiac’ (2007) y de ‘La red social’ (2010). Fincher se crece cuando el material que maneja resulta excelso –llegando incluso a mejorarlo, como ocurrió con la novela de Chuck Palahniuck «El club de la lucha»-, mientras que cuando este es endeble, el realizador tira de oficio y se convierte en un artesano de férreo carácter, capaz de extraer oro donde no hay más que piedra pómez. El perfecto ejemplo lo encontraríamos al poco de arrancar esta película: en una secuencia que no creo que supere el minuto de duración, vemos como un delincuente le roba la mochila a Lisbeth Salander en el metro. Hasta entonces la película no era más que un conjunto de postales frías que servía para introducir personajes y contexto, pero es en esa mínima pieza donde sale todo su talento narrativo: un chute de adrenalina, perfecto ejemplo de yuxtaposición entre sonido e imagen –de nuevo, Trent Reznor y Atticus Ross firman un excelente soundtrack-, que no sólo introduce de pleno al espectador en la película sino que sirve para definir a la perfección a su personaje principal: la chica con el dragón tatuado en la espalda a la que da vida una impresionante Rooney Mara.Y es que si en algo acierta el título original del film por encima del original sueco, es que responde mucho mejor a la idea que Fincher tiene de la cinta. Quizás la novela trate sobre un asesino en serie que despedaza mujeres siguiendo un código que intermezcla sin pudor misoginia, religión y xenofobia; pero eso es algo secundario en esta nueva ‘Millennium’ cuyo máximo interés radica en la construcción de un personaje icónico (el fundamento estético de toda la obra de Larsson): Lisbeth Salander. Es en el retrato, delicado y feroz al mismo tiempo, del complejo carácter de la hacker donde Fincher saca lo mejor de sí mismo: ya sea en la secuencia de la atroz violación como en los momentos de máxima ternura entre Blomkvist y ella. El espectador acaba sometido a la atracción autárquica del cuerpo de Salander, con sus tatuajes y sus piercings, con su extrema delgadez y su natural desnudez, un tapiz en el que habitan tanto todos los males de la humanidad como la resistencia que se opone firme frente a ellos.Al final los más de ciento cincuenta minutos de película pasan sin que uno se dé cuenta. El ejercicio fílmico ha sido un éxito: el bien triunfa sobre el mal, los asesinos son asesinados y blablablá. Tanto da, da lo mismo. Al final, no queda ni rastro de la impresión estética (y dramática) del thriller contado, y uno ya no sabe qué Vagner era quién y si estaba vivo, era nazi o un depredador. Pero uno sí seguirá dándole vueltas a quién demonios es Lisbeth Salander. Incluído Fincher, que se desmarca del film danés para retratar la desilusión de la joven en el único momento de debilidad que tiene en toda la película. Ciertamente demoledor.